¿Hueles eso?

Hace tiempo leí en nosequé revista que en nosequé país lleno de nosecuantos hombrecillos de color (melaza) rererestalló otra de esas guerras sin sentido donde guerrillas con acrónimos vomitados le lanzaban puntiagudas y ancestrales piedras con bastante mala folla a los seguidores del gobierno central.

La cosa está en que una noche -tranquila supongo, clara, o tal vez no, quizás sucia y sangrienta- incapaces de gastarse una sola moneda más en temas de autodefensa y demás soplapolleces uno de los dos bandos se puso a pensar. De semejante actitud salió la idea de cubrir uno de los bordes  de vete tú a saber que río con altavoces – que desde luego dudo fueran Pioneer o Sennheiser- colgando de los palos más altos que pudieron encontar por esos lares. Veinticuatro horas al día reprodujeron chistes de los Monty Phyton, Eugenio y monólogos del club de la comedia o lo que demonios hiciese gracia ahí.

Ese fue el caso, que a la noche siguiente, cuando los oscuros zapadores del bando contario, engañados y desesperados, se encontraron a medio camino entre una y otra orilla aquellos pequeños altavoces consiguieron arrancarle una sonrisa a uno de ellos, que a su vez se detuvo y miró a su compañero. Los dos amigos intercambiaron lo más bello que la naturaleza ha inventado nunca justo a tiempo para darse cuenta de que todos los miembros de la pequeña infiltración hacían lo mismo, descubriendo sus perfectas y perladas dentaduras delatando así su posición. Acto seguido rociaron el centro del río con Napalm porque a uno de los adormilados defensores le quedaban tres latas en el maletero del audi.

No estoy seguro, pero quizás me lo he inventado.

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